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Llegó como una bofetada, como un golpe contra un suelo de invierno. Llegó como sólo ella sabe hacerlo.
La realidad y su impertinencia.

En un estallido de imágenes ví su rostro, inserto en píxeles, bajo la pantalla plastificada, carente de plagio y cadente como un batir de alas.
Todo un nada.
Era como ver por primera vez a Greta Garbo desmontando las hiladas del insomnio, aplastando con los párpados aún más el peso de los hombros. Salirme de la piel fue sólo cuestión de reflejos.

Aún ayer pensaba que quedaba sitio para el intercambio de asientos, y esta mañana me he levantado tan rápido de la cama que apenas difiero si vivo o no un sueño.
Es interesante, al menos, observarme en la monotonía de imaginarme más allá del 'hasta luego'. No concibo el momento en que mis ojos se remuevan en sus cóncavas tumbas al devolverle su propia imagen, ese instante congelado en planetas verdiespejos.

Y bien, ví su foto. La ví y pronto aparté la cara del imán de sus contornos para, acto seguido, anotarme un hueco bien grande en el esternón. Uno de esos de no saber si has comido mucho o llevas conteniendo el aliento media vida, qué vida esta. Ésta, maníaca y calenturienta, ávida como sólo puede permitírselo ella. Vida puta. Vida troyana, vida Helena. Bestia imperturbable, se ríe de mí y yo con ella, qué remedio.

No hay evolución en mi gallarda circunferencia, lo imposible es llenar de amores una superficie roma, plena, vacía por estar convexa; cóncava, si eso, a golpe de maza. Que me gusta a mí un escrito lleno de verdades a medias.

En fin, por fin, acallo tantísima insistencia.
Dejar el móvil para las llamadas entrantes
no es una simple coincidencia.

Permito que seas tú quien puntúe tanta convalecencia
con un tiro certero
en la nuca.

Uno de ésos que tan bien sabes darme.
Un beso pirata
Un beso partido
Un beso con lengua
Uno lascivo
Uno
Dos
Tres
Mil

Mátame, en fin, por fin.

Te quiero.

                                                                                                                                A tí.