martes, 23 de agosto de 2011

asíderrepente


-Que no, coño, no es eso. Si es que no te enteras de nada.

De pronto sus palabras dejaron de sonar a hilo musical. Cobró vida el color gris aceituna que envolvía el bar, y su expresión de desagrado, como de costumbre, no me pasó desapercibida. Había un timbre en su voz que no me gustaba nada. Sentí estar en un juicio donde no se me proveía de un triste abogado de oficio.

-¿Qué dices? ¿Cómo no voy a enterarme? Llevas contándome la misma historia de mierda toda la semana.

Esta vez la mueca estaba dirigida a mí sin piedad alguna. Me revolví en mi taburete, con la certeza de que en cualquier momento se iba a levantar para irse con su asco a otra parte.

Era la misma cantinela de siempre: en algún momento del día se venía abajo, ridiculizaba mis comentarios para justificar la estupidez de los suyos y bebíamos en silencio hasta que surgía otro tema de conversación o se zanjaba la misma… hasta el día siguiente.

Aparté la mirada, fijándome en las chicas de la barra. Sonreían entre ellas, desarrugándose los vestidos, comentando lo bien que le sentaba a la otra éste o aquel color, riendo a carcajadas cuando algún muchacho intentaba sin éxito invitarlas a una copa. Me pregunté, como suelen preguntarse los locos, a solas consigo mismos, si existía la fórmula para que las relaciones como la nuestra, tan nuestra, de amor y de odio, llegasen a la complicidad de la amistad más pura. Aquella amistad de las películas de acción, cuando el protagonista tiende la mano hacia el otro para escapar por los pelos de la muerte, con estruendos de explosiones y sangre por todos lados.

-¿En qué piensas ahora?

Giré la cabeza tan rápido que creí romperme el cuello. Me pilló completamente por sorpresa. Esta vez la pregunta iba sin mala intención. Vi en sus pupilas el reflejo de mi propia duda. Era la misma pregunta que nos hacíamos mutuamente al poco tiempo de conocernos, cuando caían al vacío las palabras, aunque no hubiese una necesidad concreta de anular los silencios.

En qué piensas. Quise responder. Una verborrea de verdades, mentiras y confesiones a medias vino a estrellárseme en el pecho. Se me tensaron los hombros, acudió a mi garganta el sabor de la ansiedad. Abrí la boca y mastiqué dos palabras:

-En tí.

En parte, era verdad.

Nunca dejé de hacerlo.

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